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"No" sé hablar.

  • Foto del escritor: Mnemosine
    Mnemosine
  • 11 oct. 2019
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 19 may. 2020

Dando un vistazo a las vivencias de mi entorno y a las mías propias como andaluza, creo que puedo afirmar que la mayoría de los andaluces hemos podido vivir una misma situación: cuando trabajamos, viajamos o estudiamos fuera de Andalucía y abrimos la boca para hablar, entre otros tantos comentarios que podremos escuchar, uno será: “así no se dice”, y es que, como se dice en mi tierra: “de Despeñaperro pa’ arriba nuestra habla ya está mal”. Pero lo más curioso de todo esto, es que, a muchos andaluces no nos hace falta irnos de Andalucía para escuchar esos comentarios, ya que se establece una especie de jerarquía interna, que coloca a las hablas de las capitales por encima de la de los pueblos (seseo>ceceo>heheo), y que tiene como consecuencia, el menosprecio de estas últimas. Una vez más se fundan, en parte, las diferenciaciones centro-periferia.


Ante todo esto, debemos tener en cuenta que el andaluz no es una única lengua homogénea, sino que presenta variaciones internas, por ello, es más acorde a la realidad referirnos a las “hablas andaluzas”. Pero, a pesar de toda esta riqueza lingüística (y cultural) que poseemos, todo lo andaluz se ha visto envuelto en fuertes tópicos y prejuicios, que han llevado a la creación de un imaginario nacional e incluso internacional de los andaluces: graciosos, fiesteros y poco trabajadores.


¿No sentimos los andaluces cohibidos al hablar andaluz? Creo que la siguiente cita puede aclarar esta cuestión:

<< A mediados de los años 70, uno de los asistentes a una Mesa Redonda sobre el andaluz intervino para decir que la mejor prueba de lo arraigado que estaba en Andalucía el denominado complejo de inferioridad lingüística era que ninguno de los que participábamos -todos éramos andaluces- se había expresado en andaluz >> – ‘A vueltas con la identidad lingüística de Andalucía’ por Antonio Narbona Jiménez.




El trato que reciben las hablas andaluzas, es un secreto a voces, que además nos ha perseguido durante siglos, ya Juan Valdés, en su obra “El diálogo de la lengua”, critica el andaluz, concretamente a Elio Antonio de Nebrija, a quien tacha de incapaz, y por tanto a su gramática de inservible por ser andaluza.


La estigmatización que sufrimos los andaluces, no es puramente lingüística, sino que viene de la mano de las condiciones políticas, económicas y sociales de Andalucía, y por ello se le asocia con la miseria, la pobreza o la falta de educación. Solo hay que echar un vistazo al panorama andaluz: Sabemos que hasta mediados del siglo XX, el analfabetismo en Andalucía era del 70%, y actualmente, muchas personas no pueden permitirse estudios superiores como la Universidad, o algún grado medio, generalmente por el coste de estos; Además al ser un entorno más rural, su economía casi siempre ha dependido de la agricultura y actualmente, también del turismo, pero es este mismo turismo masivo el que trae como consecuencia la precarización de los trabajos, sobre todo relacionados con la hostelería, aun así, no es ningún secreto que Andalucía sigue siendo una de las comunidades más pobres, en las últimas noticias podemos leer que hasta el 40% de los andaluces están en riesgo de pobreza. La falta de educación, la pobreza y los sistemas jerárquicos que se formaban (señorios), tenía como consecuencia también una sociedad más conservadora. Todos estos factores negativos, han ayudado a desarrollar ese estigma, siendo el producto a partir del que se crean los prejuicios acerca de los andaluces. Todos estos tópicos han llevado a su vez a la degradación de la nuestra lengua.


La inferioridad lingüística a la que se han visto abocadas las hablas andaluzas, no responden solo a factores lingüísticos, sino también sociales y políticos. Como dice José Modéjar:

<<El complejo del andaluz no comienza en su habla, es una consecuencia última. Resulta que la única región, junto con Extremadura, que ha mandado desde el siglo XIX emigrantes al norte o fuera de España, es Andalucía. Los emigrantes iban con su maleta atada con una soga y una chaquetilla raída. Entonces, en ellos, se producía un pensamiento reflejo: si comen y visten mejor, también hablan mejor. Es decir, por una razón sociológica se deriva una inferioridad lingüística >>




Diariamente, todo esto es reforzado a través de los medios de comunicación, o incluso de películas y series, donde se produce una degradación continua del andaluz, ya sea de forma directa, como cuando subtitulan a una persona a la que se entiende, solo por ser andaluza, o por ejemplo, un caso más concreto: El pasado 26 de febrero de 2019, Andrés Prado, un investigador de Granada, fue al Hormiguero a hablar de inteligencia artificial, y Pablo Motos, le dijo: “¿Hablas así porque quieres?”. Esto, no es un caso aislado, es la realidad de muchos andaluces, no importa cuánto sepamos acerca de una materia, para mucha gente nuestro acento es suficiente para anularnos como personas capaces o con conocimientos.


No obstante, a nivel regional también existe cierta autocensura. En los medios de comunicación regionales, los presentadores o colaboradores suelen neutralizar su habla, usando particularidades fonéticas aceptadas en la modalidad lingüística de prestigio en España. No usan el andaluz, porque no lo consideran adecuado para el contexto en el que se reproduce. Es decir, se desprestigia.

Asimismo, las películas y series, también fomentan todos estos tópicos, cuando presentan a personajes con características andaluzas encasillados en dos papeles fundamentalmente: Son personajes con un estatus social bajo y una situación económica precaria, o personajes cómicos. Esto no es más que el reflejo de lo que perciben como nuestra realidad, no piensan que la mayoría de andaluces puedan aspirar a otros empleos.


Por suerte, y aunque ha existido siempre, está comenzando a surgir una mayor tendencia por parte de los pueblos andaluces, para exigir un reconocimiento social e institucional de nuestra habla. Queremos poder expresarnos sin vergüenza en cualquier contexto, sin que nuestra forma de hablar suponga una barrera en el ascenso laboral.


Personalmente, lo que más me llama la atención de toda esta polémica, es que lo andaluz no gusta, hasta que beneficia económicamente, como ocurre, por ejemplo, con el flamenco.



 
 
 

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